Viaje al interior (I): Ossa de Montiel, 2016

"Apenas había el rubicundo Apolo tendido por la faz de la ancha y espaciosa tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos, y apenas los pequeños y pintados pajarillos con sus arpadas lenguas habían saludado con dulce y meliflua armonía la venida de la rosada Aurora, que, dejando la blanda cama del celoso marido, por las puertas y balcones del manchego horizonte a los mortales se mostraba, cuando el famoso caballero don Quijote de la Mancha, dejando las ociosas plumas, subió sobre su famoso caballo Rocinante y comenzó a caminar por el antiguo y conocido Campo de Montiel."

— Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha

Basta con caminar las calles en pulcro silencio de Ossa de Montiel, un pequeño pueblo manchego que Cervantes conoció y transformó en parte del Quijote, adentrarse en sus campos, descender hasta la Cueva de Montesinos o detenerse frente a las Lagunas de Ruidera, sin expectativas ni prisa, para comprender que hay lugares que no piden nada a cambio. Solo el territorio, la quietud, y esa certeza de estar en un rincón que ha quedado al margen del mundo pero persiste, ajeno, inmutable. Viajar hacia el interior es también viajar hacia adentro: preguntarse qué impulsa el movimiento, qué se busca en la distancia que no pueda hallarse en lo cercano. A veces no hay más respuesta que la necesidad de detenerse, de mirar, de estar, simplemente.

David Mirete Gil © 2016